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Viernes, 26 de Abril de 2024, 17:47 

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    Gratificantes recuerdos

    Gratificantes recuerdos

    Cuando pasas todo el día encerrada en tu piso, los recuerdos terminan por aparecer. El día a día es demandante y lo suficientemente ruidoso como para ocupar la mente de cualquiera. Pero, en esta realidad, donde todos los ruidos parecen haber desaparecido, debo encontrarme cara a cara con mis memorias. Y estoy segura de que muchas personas deben estar pasando ahora mismo por una situación similar.

    Durante casi todos los días que ha durado la cuarentena, me he encontrado a mí misma pensando en el mismo momento. Sucede de tarde, cuando el sol se está ocultando y me siento frente a la mesa del comedor con un café humeante.

    Lejos de ser nostálgicas estas memorias, son más bien placenteras, pues viviendo el confinamiento en solitario, son el mejor recuerdo que tengo del calor de un cuerpo.

    El recuerdo comienza con un viaje a la playa en coche, acompañada por una chica, de esas amistades esporádicas que a veces están y a veces desaparecen, pero que siempre vuelven de una u otra manera hasta que envejeces. Era rubia, de ojos claros y pelo corto. De manos hábiles y piernas bondadosas, dispuestas a abrirse a labios dulces y carnosos, como los míos. Pero nos considerábamos más amigas que cualquier otra cosa.

    Aquel viaje a la paya (como otros tantos) no tenía rumbo. Simplemente nos movíamos por los pueblos de las costas andaluzas buscando un lugar al que no se podía acceder en coche. Una playa casi virgen, donde se puede estar en comunión con la arena y con las olas. Con el mar y con la tierra.

    No soy muy buena con las direcciones, pero recuerdo que después de varias horas (el día estaba a punto de terminar) logramos dar con el sendero. Pero este debía ser recorrido a pie, así que tomamos nuestro poco equipaje y comenzamos la ruta de un kilómetro a pie. Al llegar, todo se encontraba en penumbras y nuestra única luz era la de los móviles. Sentí miedo por encontrarme en aquel lugar tan solitario y tan oscuro, pero aquella chica me tomó de la mano, descargó el equipaje sobre un montículo de arena y me desnudó con suavidad, convidándome a sumergirnos en el agua tibia.

    Bañarse en una playa en total soledad, en medio delas oscuridad, es una experiencia embriagante te sientes una con el mundo y te excita enormemente sentir el agua tibia y salada en cada parte de tu cuerpo. Sin querer perdí la noción del tiempo y, al salir del agua, ella ya había preparado el lugar para dormir. Pero dormir no era el plan de aquella noche.

    Ella se encontraba desnuda, iluminada solo por la luz de su móvil a punto de morir. Con las piernas abiertas, mostrándose dispuesta. Sin tener control de mi misma, me abalancé sobre ella, dispuesta a consumir sus labios, consumir sus pechos y, por último, consumir su sexo húmedo y salado, con sabor a mar y con sabor a ella. Esa fue nuestra cena: introducía mis dedos en ella y luego los engullía con delectación, chupándolos como otras tantas veces he chupado genitales fálicos; mi compañera luego introducía sus dedos en mí, lamiéndolos como un gato, de la misma forma en que luego me lamería por completo.

    El cansancio nos consumió, haciéndonos dormir hasta el día siguiente. Nos dimos otro baño, comimos unos bocadillos de pan y queso, y luego emprendimos el viaje de regreso para volver al coche que nos llevaría de nuevo a la ciudad y a la realidad.

    Todas las tardes cuando recuerdo esto, me humedezco enormemente, como en aquel momento, y no puedo evitar introducir unos dedos en mi interior solo para saborearme intentando saborear a aquella chica, a ver si me quedan algunos residuos de ella. Me toco, me doy placer y pienso que, una vez que termine la cuarentena, lo primero que haré es convencerla de visitar de nuevo es playa.