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Viernes, 29 de Marzo de 2024, 14:22 

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    Carne joven en lencería

    Carne joven en lencería

    Luego de haber terminado una larga relación de décadas, decidí quedarme solo. Me encontraba muy cansado como para volverlo a intentar, y sentía que el mundo se había convertido en algo muy distinto a lo que yo conocí, especialmente el mundo de las citas. Apps, un ligue más directo… bueno, yo no encajaba en eso. A mi anterior pareja la había enamorado con flores e idas al cine, tomados de la mano, comiendo helados, pero supongo que ya estoy muy viejo para eso y para la manera de esta época.

    Más bien busqué alejarme del mundo. Mi ex se había quedado con nuestro piso, así que tuve que irme a uno mucho más pequeño, de soltero, en un lugar popular entre jóvenes profesionales, con algunos bares y cosas así. He pasado un par de veces a tomarme una birra en uno que otro, pero no siento nada. Me encuentro aburrido y quizás un poco triste…

    Un día de estos en que volvía, con un par de cervezas en la cabeza, me encontré con una chica de pelo corto que caminaba detrás de mí. La escuchaba sollozar y me daba un poco tristeza aquello. Abrí el portal y, cuando lo iba a cerrar, escuché que me pidió que dejara la puerta abierta. Tal y como me dictan mis morales, la mantuve abierta para que pasara. Ella me agradeció y yo, un poco entrometido quizás, me permití decirle.

    —Solo vale la pena llorar si es por alguien que vale la pena. Y alguien que te hace llorar no vale la pena…

    Me regaló una sonrisa sincera. Esperé que se subiera al ascensor y que desapareciera. Luego de esas palabras, no quería volverme a encontrar con ella.

    Es curioso como una persona puede pasar desapercibida, pero, cuando le has visto por primera vez, se cruza a cada momento en tu camino. Desde ese día nos encontrábamos siempre en el portal, en el pasillo, y en el ascensor. Hablamos un par de veces. Me contó que se llamaba Noemí, que casi cumplía treinta y que acababa de terminar con su novio, y que apreciaba mis palabras de la otra noche. Lo que nunca le dije es que más bien lo decía para mí. Pero eso no importaba. Me alegraba tener alguien con quien hablar y que fuera ajena a mi vida, lo suficiente como para solo escuchar mi versión y darme la razón.

    Apreciaba eso, pero también apreciaba mirarla. Tenía los ojos color café claro, que se iluminaban constantemente; tenía una boca que siempre pintaba de algún color oscuro, lo que le daba un aire de cierta maldad; tenía un par de pechos pequeños y nunca usaba sujetador, por lo que sus pezones, casi como espinas, casi siempre se marcaban en la ropa; y su piel brillaba de juventud, se iluminaba con suavidad y tenía un olor fresco y relajante. Toda ella era relajante. Y supongo que quizás ella se calmaba hablando conmigo.

    Para mí en un principio era solo eso: charlas refrescantes y relajantes, aunque no podía dejar de mirarla y sus ojos también lanzaban vistazos rápidos sobre mí, pero me imagino que debe haberlo parecido curioso que alguien a mi edad se viera tan bien. Y no me importaba. A mi edad, se sentía bien ser observado por alguien tan joven. Pero más de ahí, no esperaba mucho.

    Por eso cuan do me invitó a su piso a tomar un café en vez de bajar a algún bar a tomar una cerveza —habíamos adquirido la costumbre de salir y hablar un día a la semana, casi como viejos amigos—, pensé que sería solo eso.

    Y en un principio fue así, me recibió con un estupendo café caliente. Charlamos un rato y entonces me pidió que la disculpara, que tenía que ir al baño un momento. Me bebí el café entero mientras esperaba y entonces salió ella.

    Solo llevaba puesto lencería transparente y un par de grandes y filosos tacones rojos. Caminó hacia mí, que la miraba estupefacto y me susurró en el oído:

    —Si quieres ver lo que hay debajo, tendrás que romperlo —terminó la frase con una suave lamida.

    Esperé un poco, porque en parte sentía que no era verdad. Pero sí que lo era. Quizás por el café, quizás por la impresión, me levanté hecho una fiera y me dirigí a la habitación, donde ella se encontraba sobre su cama, boca arriba, de forma sugerente con las manos en la entrepierna.

    Comenzamos a besarnos y ella, como una fiera, me desgarraba la ropa. La camisa, los pantalones, la ropa interior. Aquello me encendía y me hacía más feroz. Hice lo propio y, casi sin darme cuenta, estaba dentro de aquella piel tan suave. Entré con suavidad, casi como una caricia dentro, húmeda y sentida. Tan sentida que las primeras embestidas, en las cuales sentía que me iba a explotar dentro de ella, tuvieron que ser lentas. Sin embargo, luego el ritmo comenzó a acelerar. Mi posición era la idónea, la tomé del cuello y la embestí como si en ello se me fuera la vida, ella también me tomó del mío, dejando que sus uñas corrieran desde ahí hasta abajo, rasgándome y excitándome más.

    —Lo quiero adentro… lo quiero adentro… —la escuché decir con la voz entrecortada. Lo menos que podía hacer era complacerla, dándole todo lo que tenía dentro, entregándole mi ser.

    Cuando terminó, se levantó al baño y, entre risas, la escuché decir:

    —Estaba segura de que follabas así, se siente bien tener razón —yo me reí también, y recuerdo que pensé que me habría gustado estar con una chica así años atrás. Pero no importaba, porque ella volvía del baño y todo volvía a comenzar.

     

    El fin.