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Viernes, 29 de Marzo de 2024, 12:36 

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    El buen doctor  

    El buen doctor  

    Sara comenzó a trabajar en el hospital universitario un miércoles por la noche, como enfermera de emergencias. Muy pronto se acostumbró a la rutina ajetreada del lugar, a tener que presenciar toda clase de accidentes terribles y a tener que aguantarse las ganas de retorcerse cada vez que el buen doctor Alberto Romero, se acercaba por el lugar con su sonrisa impecable y su cuerpo musculoso. Todas las mujeres del hospital, incluidos algunos hombres, estaban enamorados del neurocirujano, pero nadie se lo había llevado a la cama aun, al parecer el doctor Romero tenía la filosofía de no mezclar “trabajo con placer”.

    Aunque eso cambió muy pronto el 31 de diciembre de ese mismo año, cuando Sara asistió al doctor a una cirugía de emergencia.

                    ―Ha hecho un buen trabajo, enfermera. De hecho ha sido la única que no ha salido de la sala en toda la noche―comentó el doctor mirándola con una sonrisa atenta.

                    ―Ha sido un placer asistirle, doctor ―comentó Sara respetuosamente mientras descartaba toda su ropa quirúrgica y se retiraba del lugar.

                    ―¿Le gustaría probar otros placeres conmigo, enfermera? ―le habló en voz baja la voz del doctor, quien la seguía a paso ligero― Suba al quinto piso, en la habitación 341 la esperaré en 15 minutos con algo que compré especialmente para su placer.

    Sara lo miró con la sorpresa en su expresión, antes de asentir levemente y retirarse a su casillero, le basto con un toque a sus bragas para descubrir cuánto se que había con excitado aquella propuesta tan subida de tono de parte del respetable doctor Romero.

                    ―Mierda, son las 3 de la mañana ―se quejó Sara antes de darse una rápida ducha.

    Cuando llegó a la habitación, encontró que todo estaba oscuro y silencioso. De pronto una mano cubrió su boca para impedir el grito que saldría se su garganta, la otra mano se deslizó entre sus piernas, el perfume ligero y masculino reveló la identidad del doctor Romero, por lo que Sara se relajó contra aquel pecho fuerte y abrió las piernas con gusto.

                    ―¿Alguna vez le han follado el culo, enfermera? ―preguntó con la voz ronca el doctor, a lo que Sara negó con la cabeza.

    Los dedos expertos del doctor, acariciaron el clítoris de Sara con constancia y maestría, haciéndola mojarse en exceso. La empujó suavemente hasta la camilla, al llegar la inclinó hasta que el pecho de ella estuvo contra el colchón frio, bajó sus pantalones blancos sin titubear y hundió profundamente el dedo corazón en la vagina húmeda y caliente, sacando un gemido de los labios femeninos.

    El con dedo empapado comenzó a estimular el ano, probando la entrada del dedo y luego introduciendo dos, Sara estaba tan excitada que su ano se abría completamente para recibir aquellos dedos. La lengua del Doctor sustituyó los dedos por un momento, dándole un beso negro que dejó aquella entrada totalmente mojada.

                    ―Ya es hora de probar tu nuevo juguete ―dijo el doctor alejándose.

    Sara se quedó inmóvil escuchando el sonido de un contenedor de gel ser usado, muy pronto sintió algo entrando en su vagina y trasero a la vez. Era algún juguete compuesto por dos pollas que el buen doctor estaba empujando contra ella, a la vez que parecía masturbase con la visión de ella completamente llena. Sara tardó unos minutos en correrse, cuando lo hizo, el doctor retiró el juguete y la inmovilizó para acabarle justo en el ano completamente abierto.

    Cuando todo terminó, el doctor muy amablemente ayudó a su enfermera a limpiarse, le subió los pantalones y le ofreció una bolsa de terciopelo con el juguete dentro.

                    ―Espero que disfrute mucho su regalo ―comentó el doctor mientras se retiraba calmadamente de la habitación.

    Sara no recordaba alguna noche de trabajo que haya terminado tan bien como aquella.

     

    FIN